Es aquí donde entra la transición energética, entendida como el cambio de un sistema de energía basado en combustibles fósiles hacia uno que utiliza fuentes bajas o nulas en emisiones de carbono, esencialmente sostenido por energías renovables, como la solar o la eólica. El reto, que tiene implicaciones de todo tipo -económicas, políticas, tecnológicas, infraestructurales, entre otras –no es fácil de resolver, ya que no se trata de dejar de usar hidrocarburos de un día para otro, sino que es un proceso paulatino que requiere adaptación, inversión e innovación.
Muchas de las energías renovables dependen de elementos ambientales y climáticos: si está nublado, la generación de energía solar puede sufrir interrupciones; lo mismo sucede con la energía eólica cuando no sopla el viento. Y aquí es donde surge la disyuntiva, ¿cómo podemos evolucionar al uso de energías renovables cuando todavía estamos expuestos a interrupciones en el proceso de generación?
Es aquí donde entra en escena una de las energías más baratas, eficientes, fiables y accesibles: el gas natural.